Soy mortal,
pero acudí a la inmortalidad de mis creencias,
para darle vida a mis antojos,
y pulir el viejo cedro del jardín.
Asesine su verdad,
lo convertí en la marioneta de mis deseos,
se volvió el instrumento de mi ego,
una proyección de mi ser.
Pulí tanto sus extremidades,
que volteó los ojos hasta su prisa,
gaste los hilos que lo sostenían,
cayó hasta donde sus pupilas lo llevaron.
La madera se volvió hierro,
aquel metal oxidó sus entrañas,
se carcomió bajo lluvias,
y su verdad se perdió en la agonía.
Volvió y ya no era más un tronco de cedro,
tampoco llevaba la coraza de hierro,
se había vuelto tan humano,
que su sangre era de rubí.
Sigo siendo mortal,
ahora yo volteo hasta mi prisa,
murió la inmortalidad de mis creencias,
y olvide a mi pobre marioneta.
Roberto Ávila
Titiritero
●
sábado, 27 de octubre de 2012
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